
Bien puede decirse que el
Capitolio de Washington es un enorme templo laico, construido en una compleja
coyuntura histórica que auspiciaba la caída definitiva del Antiguo Régimen en
Occidente. Se comenzó a edificar en 1793, pero, de alguna manera, ya se había
intuido cuando, tras la batalla de Yorktown (1781) y la firma del Tratado de
París (1783), las trece colonias británicas de América del Norte se
independizaron de la metrópoli. Nació entonces una joven nación, los Estados
Unidos de América del Norte, que asumía el nuevo ideario derivado del pensamiento
ilustrado y que, en consecuencia, reconocía la igualdad y la libertad de todos
sus ciudadanos, tal como se plasmó en la Constitución aprobada en el Congreso
de Filadelfia de 1787 por cincuenta y cinco representantes de las antiguas
colonias.