viernes, 3 de mayo de 2024

El masón como cabeza de turco de los enemigos de la modernidad en la España del siglo XVIII

 Trazado de Isidro Toro Pampols .·.

 


La masonería comenzó a utilizarse como enemigo del statu quo monárquico absolutista y religioso en el Imperio español desde mediados del siglo XVIII.

La primera logia especulativa que se estableció en España fue en Madrid el 15 de febrero de 1728 en el Hotel de las Tres Flores de Lys, sito en el nº17 de la calle de San Bernardo con el número 50 del registro oficial de Londres y constituida por un grupo de ingleses.

Otra logia, la número 51, se erigió en Gibraltar en 1729 y también estaba compuesta por ingleses. Recordemos que Gibraltar era y es una posesión británica desde 1713.


En el resto de España, tras la prohibición del Inquisidor General (1738) y el edicto de Fernando VI (1751), se condena la masonería.

Tras esta prohibición, habrá que esperar al reinado del francés José I Bonaparte, para que se levanten las primeras columnas de la masonería española organizada.

Luego, al no prosperar, por la expulsión de los franceses de España, hay que esperar a 1889, momento en el que se aglutinan las logias en torno al Gran Oriente de España.

A pesar de esta realidad, el escrito antimasónico ingresó tempranamente en la Península y, desde allí, pasó a sus colonias en previsión a lo que ocurría en el resto de Europa.

La literatura antimasónica hispánica asumió una fisonomía propia con gran vigor por el apoyo oficial, lo que le permitió evolucionar en el tiempo y adaptarse a diferentes circunstancias.

De este modo, esta retórica masofóbica producida en el Imperio español desde mediados del siglo XVIII se desarrolló en dos fases que se fueron sobreponiendo entre sí:

Primero, la masonería fue percibida como una nueva secta vinculada con las herejías bíblicas,

Y, segundo, el masón fue identificado con el filósofo, agente de la modernidad ilustrada.

Veamos sucintamente el proceso de construcción social de la figura del masón como el “enemigo” masón.

Los escritos antimasónicos hispánicos se iniciaron en 1747. Se tiene como primer texto antimasónico en España el libro Muro invencible mariano contra los tiros de un murador disfrazado (1747) de fray Domingo de San Pedro de Alcántara.

Aunque no ataca directamente a la masonería, no olvidemos que muratore es albañil en italiano y es un ataque a los gremios relacionados con la masonería y, por ende, una agresión disfrazada contra la orden.

Hay que destacar que las obras fueron escritas, en su inmensa mayoría, por sacerdotes y contaban con las debidas autorizaciones reales, convirtiéndolas en literatura oficial a diferencia de los impresos masónicos del resto de Europa.

Estos escritos buscan darle mayor contenido a la condena pontificia del papa Clemente XII quien, por medio la bula In eminenti apostolatus specula, del 28 de abril de 1738, prohíbe a los católicos dar su nombre como miembros de asociaciones francmasónicas.

En 1752 apareció el libro de mayor impacto en el mundo hispánico “Centinela contra Francmasones”, impreso que sintetiza todo el saber antimasónico católico que circulaba en Europa.

La autoría corresponde al erudito sacerdote Joseph Torrubia, quien fue misionero en Filipinas y América Latina, calificador y revisor del Supremo Consejo de la Inquisición, Cronista General y Archivero General de la Orden de San Francisco.

No fueron pocos las publicaciones contra la masonería con el fin de acusarla de asociación herética.

En síntesis, la primera generación de impresos antimasónicos hispánicos, centraron su argumentación en aspectos teológicos forjando una representación del masón como un individuo libertino e irreligioso y como una manifestación de su tiempo de las sectas y herejías bíblicas.

Se trató fundamentalmente de una producción literaria realizada por sacerdotes y, al parecer, destinada para ellos mismos, como un mecanismo pedagógico para impedir el ingreso y propagación de la masonería al Imperio español y que cundiera entre las órdenes religiosas como se pudo comprobar en algunos casos.

Durante el reinado de Carlos III, 1759 – 1788, donde la difusión de las obras e ideas de los filósofos adquirieron mayor relevancia, cambiaron el eje de atención de la literatura eclesiástica.

Carlos III, en política interior, intentó modernizar la sociedad utilizando el poder absoluto del Monarca bajo un programa ilustrado. No vamos a entrar en detalles, pero la ortodoxia del clero se mineralizó contra este intento de progreso según los términos y características de la época.

De hecho, los sectores tradicionalistas se hicieron parte del combate contra los filósofos y, a partir de la década de 1770, comenzaron a producir un tipo de literatura fuertemente influenciada por la traducción de obras francesas e italianas enemigas de la ilustración.

España asimiló de esta manera la crítica a la filosofía moderna, y le dio un sentido de “guerra santa” a la usanza del combate que por la pureza de la fe impulsaron durante los siglos XVI y XVII contra moros, judíos y protestantes.

De este modo, la Europa de las luces, encarnada por los filósofos, concentró gran parte de los ataques eclesiásticos de quienes comenzaban a defender la tradición española frente a las innovaciones en materia de pensamiento.

Recordemos que la Gran Logia de Inglaterra levantó sus columnas en 1717 y se tiene como punto referencial de partida de la masonería filosófica.

De allí que el hecho de que el masón pasó a mimetizarse con la figura del filósofo, convirtiéndose en sinónimo y componente del conjunto de males que, según la literatura anti-ilustrada, comenzaba a aquejar a España, fue una realidad.

Uno de los pasos fue incorpora la producción de los filósofos de las luces a la tradición bíblica católica, identificándolos como deístas, ateos y libertinos.

En términos generales, los apologistas de la segunda mitad del siglo XVIII constituyeron el brazo intelectual de la ortodoxia tradicionalista española y sentaron las bases del movimiento contra ilustración, en la medida que actuaron como barrera de contención en el proceso de modernización que vivía España durante el reinado de Carlos III.

Como conclusión podemos señalar que la figura del masón sirvió como blanco de ataque en la lucha de los retrógrados contra la modernidad.

A pesar de su incipiente organización durante el siglo XVIII, se desplegó todo un aparato propagandístico para evitar su implantación y le dieron presencia negativa entre la feligresía y los sacerdotes.

La misma naturaleza discreta y secreta del masón, permitió atribuirle una seria de calificativos que fueron configurando a un enemigo externo que sirvió a su vez de referencia para identificar al enemigo interno.

Para ello, el pensamiento conservador generó toda clase de epítetos contra la masonería en un mundo donde la Orden tenía pocos pertrechos con que defender su ideal, manteniendo el mismo a cubierto con las herramientas de la masonería, su emblema de libertad, igualdad y fraternidad sostenido con las columnas de la ciencia y la virtud. 

 

Foto papa Clemente XII. Fuente externa

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