Trazado de Isidro Toro Pampols .·.
La Iglesia Católica se dedicó en el siglo XVIII a combatir a la masonería con especial virulencia argumentando la heterodoxia religiosa al aceptar a individuos con la sola exigencia en la creencia en un Ser Supremo y el secretismo de la Orden.
El papa León XIII fue un adalid en la promoción de la masofobia y en esta ciega decisión, cayó en las redes de un famoso estafador de la época: el francés Leo Taxil.
Este farsante había ganado fama por su anticlericanismo radical al punto que publicó un libro titulado Los amores secretos de Pio IX, publicado el año 1881. Como respuesta, la Iglesia respondió con una andanada de insultos acusándolo de ser “un de esos escritores que no respetan lo más respetable de la Tierra.”
Pero ¡oh sorpresa! Taxil publicó un libro titulado Confesiones de un libre pensador, donde el impío candidato al infierno, tras ser aguijoneado como lo fue Paulo de Tarso en el camino a Damasco en su misión de perseguir cristiano, se convirtió al punto de ser el gran constructor orgánico de la Iglesia de su tiempo y ganarse el reconocimiento de santo, lease san Pablo.
Taxil, el nuevo iluminado, gozó a partir de ese momento de toda serie de favores y lisonjas de una Iglesia agradecida por un antimasón quien, recordando su formación familiar católica, se había desviado del camino, caído en la fosa de bribones impíos y, tras recordar sus orígenes, supo reencontrar el camino aplicando un lenguaje bien elaborado, buen conocedor de la mentalidad de la jerarquía eclesiástica de su época, trabajó la ficción del clásico estereotipo del católico que se redime.
Leo Taxil
La prensa católica lo arropó como un héroe que había derrotado a las fuerzas del mal y presentado ante un público encandilado por la pujanza de una iglesia políticamente organizada aderezada con fabulas y supersticiones adornadas.
Incluso, el Obispado de Astorga, España, anuncio en 1887 la publicación de su libro Los hermanos tres puntos.
Taxil llegó a informar que la masonería le había amenazado de muerte, lo que contribuyó a mantener el halo de heroicidad que había forjado, lo que alimentaba el tesoro familiar e institucional porque sus libros y folletos, que no fueron pocos, se vendían como pan caliente en el sector de la feligresía más fanática.
La tapa del frasco la colocó Taxil cuando incorporo a la señora Diana Vaughan, quien supuestamente había presidido la masonería femenina en Inglaterra, se decía descendiente del alquimista Thomas Vaughan, un clérigo anglicano quien fue uno de los fundadores de los Rosacruces.
Taxil acuso a los grandes maestros masones de mantener contacto con Satanás, redactando un batiburrillo interesado donde mezclaba símbolos masónicos con figuras ocultistas como Bafomet, una deidad pagana con forma antropomórfica.
Leo Taxil fue recibido por el papa León XIII, quien declaró ser admirador de su obra, motivándolo a escribir más y prometiendo financiar sus folletos y libros.
El 19 de abril de 1887 Leo Taxil fue invitado a la Sociedad de Geografía de París y allí hizo celebre la llamada «Conferencia de Leo Taxil» donde hizo publicó que todo había sido una farsa, cuyas revelaciones sobre los masones eran ficticias, que la dama Diana Vaughan era una dactilógrafa estadounidense que había permitido prestar su nombre para la farsa y, con gran cinismo, agradeció al clero por haberle dado propaganda y fondos para sus publicaciones y eventos de la obra.
Por supuesto, las amenazas se hicieron presentes, algunos fanáticos intentaron agredirlos y si, la policía tuvo que protegerlo en muchas ocasiones.
El papa León XIII, y con él la Iglesia Católica, sufrió un ridículo colocando sobre relieve la utilización de hechos ficticios para confundir la realidad.
VER LACONFERENCIA DE LEO TAXIL EN LA SOCIEDAD GEOGRAFICA DE PARIS EN PDF
Bibliografía
.https://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%A9o_Taxil
.https://es.wikipedia.org/wiki/Fraude_de_Taxil
Fotos fuentes externa
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